Los televisores con tecnología de tres dimensiones brillan por su ausencia en el mercado español y según el instituto de investigación GfK, únicamente suponen un 2 por ciento del total de televisores vendidos desde su llegada al mercado hace dos años.
Aunque los fabricantes intentan evitar la palabra ‘fracaso’ y piden algo más de tiempo para ver si este tipo de tecnología se asienta, la verdad es que las grandes expectativas puestas en el 3D se han incumplidas completamente, al menos hasta ahora.
El consumidor no se deja convencer fácilmente y la realidad es tozuda: no hay material 3D en cantidad suficiente y el poco que hay es muy caro; las gafas activas son molestas y las pasivas no tienen la calidad suficiente; y los televisores 3D suben de precio bastante respecto a los modelos 2D, aunque en este terreno los fabricantes han realizado un gran esfuerzo para abaratar costes.
Así las cosas, a pocos puede sorprender esta tibia acogida en España, trasladable a la mayoría de mercados, ya que en Estados Unidos no llega al 5 por ciento de cuota del total de televisores vendidos. Claramente, el 3D será a corto plazo un valor añadido pero no una función que marque la compra. Al contrario del concepto ‘smart TV’ que sí ha calado en el mercado y a medio plazo será difícil vender un televisor que no tenga la etiqueta de ‘inteligente’ y/o ‘conectado’.
¿Y para el futuro? Hace unas semanas que la Unión Internacional de Telecomunicaciones aprobó el nuevo formato UHDTV para el desarrollo de la nueva generación de televisores de ultra alta definición con resoluciones nativas 4K de 3840 x 2160 píxeles y las 8K que más adelante permitirán 7680 x 4320 píxeles.
Deberían ser una revolución pero pueden acabar como en el caso del 3D y seguramente por el mismo motivo: la falta de contenidos. ¿Para qué va a pagar el consumidor una prima considerable por una 4K si los contenidos en alta definición serán muy caros y la emisión televisiva será para llorar con unos pixelados 720p en el mejor de los casos de las cadenas españolas?
