El avance de los micropagos se ha dejado notar durante los últimos años. Esta forma de monetización de contenidos digitales ha dejado de ser una exclusiva de los juegos gratuitos y se ha integrado en aquellos que tienen un precio de venta determinado, lo que significa que sirve como medida para ampliar los ingresos generados por un juego.
Este paso ha generado una cierta polémica, pero al final ha acabado siendo muy rentable tanto para desarrolladores como para distribuidores. En este artículo pudimos confirmarlo, EA cerró el año 2017 con unos ingresos de 1.682 millones de dólares derivados de micropagos, DLCs y servicios digitales.
A pesar de que su éxito es indiscutible y de que los micropagos han llegado para quedarse los últimos conflictos que han surgido por todo lo relacionado con el uso de cajas de botín y el rechazo de usuarios y de legisladores ha motivado un cambio importante. Tanto desarrolladoras como publicadoras están apostando por unos micropagos menos agresivos en sus próximos juegos triple A, un cambio de dirección que les permite seguir utilizando una forma de monetización muy importante sin llegar a perjudicar a la experiencia del usuario.
La clave detrás de todo esto está en la venta de bienes virtuales que tienen una función puramente estética. Esto quiere decir que con ellos es posible personalizar determinados elementos pero que no afecta al juego, de manera que aquél que gasta más dinero a través de los micropagos no obtiene ninguna ventaja frente al que no gasta nada.
Esta forma de monetización ha sido ejecutada con gran éxito en ocasiones anteriores por diversos desarrolladores y publicadores, y ha hecho posible que títulos que no tuvieron un gran éxito a nivel de ventas hayan podido salir adelante y mantener un ciclo de vida relativamente largo en el mercado.
Próximos lanzamientos como Anthem, Battlefield V y Fallout 76 son algunos de los ejemplos más actuales que confirman ese cambio hacia los micropagos menos agresivos.
